En los últimos meses he plasmado en esta bitácora algunas reflexiones acerca de la revolución digital que estamos viviendo y su impacto a medio y largo plazo en la organización de las sociedades de los países desarrollados. Se trata de un tema que me parece tan fascinante como inquietante.
Tengo la suerte de contar con un buen amigo que ha desarrollado la práctica totalidad de su carrera profesional en el sector de la automoción y desde hace ya cierto tiempo tenemos la sana costumbre de compartir información de interés sobre la evolución este sector. Cuando me encuentro con noticias relacionadas con este tema, se las envío (entre mi interés por el management y la tecnología es algo que ocurre con bastante frecuencia) y, de la misma forma, cuando llegan a sus manos noticias que considera que pueden ser de mi interés, me las remite. Desde luego es un intercambio enriquecedor. El sector de la automoción, como cualquier otro, tiene grandes retos por delante. En un plazo de diez a quince años, según los que saben de esto, vamos a empezar a sentir el efecto de que se generalice el uso de vehículos eléctricos, autónomos e interconectados. Supongo que este titular es suficientemente aclaratorio: «Así sería Lisboa si solo usara coches autónomos: 9 de cada 10 coches serían redundantes» por Javier Pastor en Xataka. De todos modos no vamos a tener que esperar tanto para que los efectos comiencen a notarse… de hecho, el coste de las licencias de los taxis en Nueva York ha empezado a desplomarse ya debido al efecto de empresas como Lyft o Uber. Así, la tecnología disponible posibilita cosas como facilitar procesos de desintermediación, minimizar el coste de que oferta y demanda se encuentren o implementar con facilidad sistemas de control de calidad colectivos mediante valoraciones de los usuarios.
El hecho de que 9 de cada 10 automóviles puedan ser redundantes no sólo implica que los profesionales de la conducción, como taxistas y camioneros, van a tener que empezar a pensar en reorientar su carrera profesional, sino que los concesionarios, los fabricantes de neumáticos, los talleres y los propios los fabricantes de vehículos van a tener que redimensionarse en consonancia. Bueno, eso si sobreviven a la amenaza de las empresas tecnológicas (¿a alguien le suena Tesla?), de igual forma que va a ocurrir con otros sectores que van a ser víctimas de una disrupción abrumadora (la banca, por ejemplo). En fin, no quiero ni imaginarme el impacto que algo así podría tener en Vigo, mi ciudad natal.
Además, es necesario tomar en consideración otro factor añadido: la tecnología posibilita que muchos procesos los ejecute el propio cliente. Pongamos algún que otro ejemplo: ¿os acordáis de cuando uno llegaba al aeropuerto, se plantaba en el mostrador de facturación y el personal de tierra pesaba las maletas e imprimía las etiquetas correspondientes? Eso es pasado. ¿Os habéis fijado en las cajas de auto-cobro que son cada vez más habituales? ¿Qué futuro le espera a los cajeros? Aunque este artículo de The Economist aborda la problemática de hacer que el cliente padezca cada vez más el «self-service», me parece muy ilustrativo en relación a este fenómeno en auge: «The Piggly Wiggly way».
En cualquier caso, la transformación digital no sólo va a afectar a la actividad de los trabajadores de menor cualificación. En febrero del año pasado publiqué una entrada titulada «Bienvenidos a la guerra por el trabajo» que sigue más vigente que nunca (y más que va a estarlo, de hecho). Enrique Dans abordó hace bien poco los cambios que están transformando el mercado de trabajo en su artículo «La inminente (y compleja) discusión sobre la naturaleza del trabajo», pero hay dos artículos que he leído recientemente y me parecen especialmente adecuados:
- «White Collars Turn Blue» por Paul Krugman en The New York Times.
- «Robots, abogados, ordenadores y salarios» por Roger Senserrich en Politikon.
Id empenzando a pensar qué vais a ser de mayores… porque no es un asunto baladí.